Un nuevo día amanece y temprano salida hacia el Monasterio de Phayang. El nombre del monasterio significa Montaña Azul, y dicha montaña está situada detrás del monasterio.
Se dice que en el siglo XVI un Lama Gelugpa permaneció en el área acampado para contemplar la belleza del lugar. Mientras meditaba, vio a la protectora de Achi montada en su caballo azul. Pensó que la visión era un auspicio y decidió construir el monasterio en lo alto de la colina.
El monasterio es conocido por sus antiguos muros pintados y colecciones de thangkas. Está habitado por 100 monjes y también alberga una escuela para impartir enseñanzas del budismo así como educación moderna.
Es famoso el festival de Phyang por sus danzas, música y baile con máscaras.
Normalmente hay que subir para llegar a los monasterios y yo físicamente sigo bastante mal, como relaté en mi anterior post .Las subidas las llevo fatal.
A la llegada al recinto destinado al festival nada parece que vaya a suceder, es más no hay ni público, que irá apareciendo lentamente más tarde. Es perfecta esta ausencia de gente porque se puede ir viendo todos los pasos del procedimiento sin tanta gente como se unirá posteriormente al evento. No es muchísima, pero tampoco el recinto es demasiado grande, así que más tarde será un poco incómodo.
Van apareciendo los monjes que serán los que marcarán, con el sonido de una especie de tambor que se coloca en posición vertical, las diferentes fases del festival.
Aparentemente es una ceremonia informal, aunque seguramente sea formal para ellos. A pesar de usar una indumentaria más rica que la ordinaria, no parece que haya demasiado protocolo y los monjes sonríen, mas tarde se ríen con los niños que juegan en el recinto, se distraen y parecen disfrutar con todo lo que sucede alrededor. Los responsables que presiden el evento, emiten un mensaje corporal de tranquilidad. Se podría calificar como casual, próximo, humano.
Se comienza desplegando un tapiz gigante. El tapiz viene transportado por bastantes hombres y obviamente es muy pesado. Lo desenrollan con mucha habilidad, lo extienden y suben. Es espectacular. Mide 4 pisos de altura. En él está representado buda que preside todo el festival.
Posteriormente salen los pequeños que estudian en la escuela alojada en el monasterio con una especie de grandes trompetas que son las que anuncian el inicio del festival.
A continuación del ceremonial de tambores y trompetas, además una especie de desfile de los niños del monasterio (en las fotos) comienza lo que serán las propias danzas.
El vestuario es rico en su colorido y diseño como asimismo las máscaras que se utilizan para completar la representación. Todo obedece a un orden y significado que realmente no podría explicar más allá de la eterna lucha entre el bien y el mal, los demonios y las divinidades. Los movimientos, las máscaras, vestimentas, los zapatos son extraordinarios. Un espectáculo al que merece la pena asistir.
Hasta aquí una serie de imágenes que fueron tomadas en las diversas fases en las que se desarrolla las distintas danzas del festival que dura horas y que son más ilustrativas que cualquier explicación.
Bastantes mujeres visten ataviadas para la ocasión con sus mejores joyas y vestuario. Los sombreros son los típicos de la zona. Los hombres mayoritariamente portan rodillos de oración.
Antes, mientras y después del festival propiamente dicho, los fieles pasan a rendir culto en las dependencias del monasterio.
Salimos del festival pasando por el monasterio propiamente dicho, subiendo por sus empinadas escaleras hasta donde están las pequeñas estancias frecuentemente bastante oscuras, iluminadas por velas o aceite y a donde suben los devotos despues del festival.
Al abandonar Phayang después de la espectacular representación, la sensación es un poco triste ya que todo allí ha sido extraordinario, además de la extraña mezcla entre presente y pasado que lo hace más interesante.
Finalizamos el día pernoctando en un campamento permanente, aunque no era ese el plan previsto.
Esta acampada será difícil de olvidar y lamentablemente no tengo fotos porque yo seguía encontrándome fatal. Un dolor bestial de cabeza como en mi vida, a pesar de tomar Dolocatiles a gogó. Recuerdo que sólo quería que me teletransportaran a mi casa. Si con un chasquido de dedos hubiese podido volver, allí habría terminado la ruta; así de mal me encontraba.
El campamento permanente se trataba de unas tiendas de campaña tipo las del ejército, con dos estrechas camas de cemento y como detalle de decoración el cabecero era una semicircunferencia también de cemento. Así que entre la estrecha base de cemento y el cabecero semicircular, parecía que estabas durmiendo en tu propia tumba. Fue impresionante.
Aún recuerdo a Héctor, un inglés de origen hongkonés, matándose de la risa mientras iba recorriendo todo el campamento y diciendo: es la primera vez en mi vida que veo una cama de cemento.
Aún no se si es que ya no podía empeorar o que coincidió pero al día siguiente, al menos el dolor de cabeza había remitido y todo volvió poco a poco a la normalidad. Afortunadamente, la vuelta inmediata a casa había sido imposible y podía continuar el viaje.
Al mismo tiempo que yo mejoré, comenzaron a caer uno a uno el resto del grupo. No hubo nadie que en algún momento no se encontrase entre mal y fatal. Esto de la altitud tiene su tela y era mi primera experiencia en los 4.000, aunque, a pesar de todo, espero que no sea la última.
En resumen, un día espectacular en cuanto a la visita al enorme monasterio, el fantástico escenario natural, con su franja verde en los terrenos colindantes al rio Indo y a partir de ahí la magnífica cadena montañosa que envuelve el lugar, incluyendo la montaña azul. Acerca del festival, una estética colorista con unos trajes muy llamativos, donde las máscaras son parte importante de todo el conjunto, así como el calzado que es singular. La atmósfera es tranquila, relajada, devota. Destaca el profundo interés con el que los locales siguen el festival. Creencias y diversión se unen en esta parte de la tierra.
Continuación del viaje en: Imágenes para el recuerdo. Pequeño Tibet 4
Entradas anteriores de esta serie:
1 Ladakh, Pequeño Tibet. Nueva Delhi
2 4.000 metros de Altitud. Leh
Texto y Fotos: Luisa Vázquez
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