Amor en el Jardin de San Carlos

Este baluarte fue construido como castillo defensivo fuera de las murallas de la ciudad, en el Siglo XIV y se uniría a la Coruña en el Siglo XVI. Poco a poco perdería su importancia como baluarte y en el Siglo XVIII fue recuperado como jardín.

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Baluarte construido en el Siglo XIV, que ahora alberga un jardín

El aspecto actual se debe a que fue remodelado en 1834 y presenta la característica de jardín romántico. Ha sido declarado Conjunto Histórico-Artístico junto con sus murallas.

Numerosas especies de árboles tanto autóctonos como exóticos están presentes, entre los  que destacan dos gigantescos olmos centenarios.

Desde éste entorno privilegiado y gracias a su mirador, se puede observar todo el puerto, así como el Castillo de San Antón, construido en el Siglo XVI que formó parte de una red de castillos y baterías para defender la ciudad de la Coruña.

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Castillo de San Antón, que fue construido en un islote.

En este entorno tan especial descansan los restos del General Moore, muerto en la batalla de Elviña el 16 de Enero de 1809, luchando contra las tropas francesas, mientras defendía el embarco del ejército inglés frente a las tropas napoleónicas del general Soult.

El general inglés Lord Wellington dirigió una proclama al ejército en el Cuartel General de Lesaca el 4 de septiembre de 1809, recordada en San Carlos posteriormente, en la que aseveró: «Españoles: dedicaos a imitar a los inimitables gallegos».

A partir de estos hechos ciertos, se desarrolla la leyenda que a continuación relato, basada en el hecho real de que allí se encuentran los restos del general Sir John Moore, cuya memoria es honrada cada año por los ingleses residentes en la Coruña.

La tumba se sitúa en el centro del recoleto jardín rodeado de murallas, que durante la noche se cierra con una gran puerta de hierro forjado.

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En el centro del jardín, la tumba de Sir John Moore

Se dice que el 16 de Enero de 1940, años después de la muerte de Moore apareció la Coruña inmersa en una densa niebla debido a lo cual no se podían ver los objetos más cercanos.

El aire frío y crudo de un día de invierno, pasaba en ráfagas por las calles de la ciudad y el orvallo mojaba la ropa de la gente que caminaba por ellas.

A la hora que se abrieron las puertas del Jardín de San Carlos, una mujer, como de cincuenta años de edad, alta, con rostro de color blanquecino mate, ojos azules y cabellos rubios y rizados que acariciaban su frente, la delataban como hija de la raza anglosajona, atravesó callada y silenciosamente los cortos caminos bordeados con boj.

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Puerta de entrada al Jardín de San Carlos

La débil claridad del día, los árboles sin follaje, el viento frío que batía sobre las ramas desnudas, le daban al paisaje una tristeza imposible de describir.

Al entrar en el jardín, la mujer levantó el velo de su sombrero, que escondía de las miradas su rostro. Vestía un traje negro y una capa de piel que la abrigaba del frío y la humedad.

No había nadie en el jardín; el mar batía a los pies de aquellos muros tan fuertemente combatidos y su sonido además del viento que silbaba entre los árboles, llenaba el recinto de tristeza. Su aislamiento, el silencio de los muros desde cuyas ventanas se vislumbraba debido a la niebla, el Castillo de San Antón, en cuyos cimientos batían y se expandían las olas impetuosas quebrando el silencio majestuoso e imponente que velaba aquellos lugares, predisponía el ánimo para las más tristes expresiones.

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Hasta esta antigua muralla llegaba antes el mar. Hoy es el reciento de la Solana

En medio del parterre y resguardado por una pequeña reja de hierro, se erigía un sencillo monumento.

Los árboles se inclinaban por encima de la tumba de un guerrero desgraciado y las ramas sin hojas y frías parecían llorar encima.

La mujer, enlutada, blanca y rubia, la inglesa desconocida, se arrodilló al pie del monumento y besó la tierra húmeda y fría.

Aquella mujer debió amarlo mucho porque sus sollozos, sus palabras, tenían cariño. Aquellas miradas sobre la helada cantería, parecían iluminar la sombra que llamaban sus labios, los labios que murmuraban a cada instante con acento de amorosa confianza:

  • John !, John!

Su cabeza se inclinaba tristemente por encima de la verja y sus manos se cruzaban en actitud de muda desesperanza.

Después de echar una última ojeada a la tumba, aquella mujer cubrió el rostro con el velo que anteriormente había retirado, después de coger algunas hojas de las plantas que crecían alrededor de la verja.

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Aquí yace el general Sir John Moore

Durante algunos años, todos los días el 16 de Enero, llegaba a la misma hora; se quedaba algún tiempo al lado del sarcófago y después se alejaba sola, triste, como un alma dedicada a melancólicos recuerdos.

Un año sucedió que la desconocida no llegó a la misma hora que tenía por costumbre; fue un año en el que el 16 de Enero amaneció con un cielo iluminado por un hermoso sol que vivificaba la muerta naturaleza. Pero, cuando el astro del día se escondía tras las olas del mar del Orzán y llenaba el horizonte con mil nubes y colores del atardecer, entró la señora en el jardín, apoyada en el brazo de una doncella.

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El baluarte del Jardín de San Carlos un dia soleado

Su rostro, la lentitud con la que avanzaba en dirección al centro del jardín, aquella mirada mortecina, mostraba que su alma trabajada por el dolor iba a abandonar pronto su cárcel en la tierra.

Se acercó lentamente al sarcófago, se arrodilló, como solía, besó la tierra regada con sus lágrimas y después lentamente fue a sentarse cerca de una de las ventanas de la pared del jardín que dan al sur.

Allí en aquel banco de piedra, teniendo de frente el monumento mortuorio, dejó vagar sus extraviadas miradas a lo largo de todo el jardín.

El frío de la tarde se dejaba sentir con mayor intensidad.

¡Señora!, dijo su acompañante, “es muy tarde…. este frío puede hacerle daño”.

  • ¡Dejame, querida! ¿qué más da un día que otro?

Momentos después se alejaba de aquellos lugares.

  • ¡Adios por última vez!- murmuró al pasar al lado del sarcófago.

El guarda del jardín cerró el portón de la entrada detrás de ella.

¿Quién era aquella señora? Sin duda, la enamorada del general Sir John Moore.

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El romántico jardín que otrora fue defensivo, ahora es una atalaya con privilegiadas vistas

 

 

Texto y Fotos: Luisa Vázquez

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8 comentarios en “Amor en el Jardin de San Carlos

    1. Si, Soy Gallega Autor

      Me alegro que te haya gustado, Tucho.
      Los lugares son fascinantes cuando conocemos la historia que tienen detrás, sobre todo las historias de las personas que hacen que el sitio sea único y memorable.
      Desde que conozco la evolución del Jardín y lo que pasó en él a través del tiempo, lo veo de una manera diferente, más entrañable.

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      1. icástico

        Estar en el lugar de los hechos una vez conocida su historia te transporta a otra dimensión. Son otras emociones. He leído mucho sobre nuestro siglo XIX, por eso «conocía» al general inglés.

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